Esta dieta, unida a la baja autoestima y a otros factores como el perfeccionismo, la inseguridad, la baja tolerancia a la frustración o la impulsividad "genera el caldo de cultivo apropiado para que se manifieste la patología", ha añadido la experta. En este sentido, la psicóloga explica las razones que pueden llevar a una persona que hace ayuno a desarrollar un TCA son, por un lado, la dificultad para sostener el ayuno y, por el otro, sostener el ayuno demasiado tiempo.
En cuanto a la dificultad para sostener el ayuno, Esteban advierte de que "la persona desespera de hambre y se entrega a su apetito, dando lugar a lo que se conoce como 'atracón', esto es, comer mucho en un periodo de tiempo relativamente corto hasta sentirse lleno". Tras este episodio, la persona se siente "tremendamente culpable" por haber perdido el control en su plan restrictivo.
"Algunas personas deciden fantasiosamente contrarrestar este sentimiento de culpa purgándose a través del vómito o a través de conductas compensatorias, como el ayuno, edemas, laxantes, o el deporte compulsivo", ha explicado la experta.
Por otra parte, sostener el ayuno demasiado tiempo implica que el propio cuerpo modifica su metabolismo, desactivando la sensación de apetito y saciedad, es decir, la persona deja de percibir cuándo tiene hambre y es incapaz de saber cuándo dejar de comer. "Además, la propia psique se adapta desarrollando lo que se conoce como 'distorsión corporal', es decir, percibir la figura corporal diferente a como es en realidad", ahonda la psicóloga.
En este sentido, la persona presenta una insatisfacción permanente que no puede solucionar ni comiendo ni dejando de comer, siendo ésta última la opción más cómoda ante la posibilidad de engordar y verse peor si cabe.
"En cualquiera de los casos el ayuno se convierte en un gran enemigo porque existe una falta de gestión emocional, más típica en bulimia, y/o una rigidez excesiva, más típica en anorexia, que hacen difícil salir de este círculo vicioso", argumenta la experta, y añade que "esta forma de alimentarse tiene el riesgo de convertirse en un patrón de funcionamiento que produce falsos beneficios a corto plazo y muchísimo sufrimiento a largo plazo".
"Muchos cometemos el error de asociar los cambios físicos con un aumento en seguridad personal; cuidar el cuerpo es maravilloso, pero cambiar por fuera con el objetivo de sentirse bien por dentro no lo es tanto".
Por su parte, la nutricionista Mireia Elías asegura que "hay que tener en cuenta que el ayuno intermitente no ha demostrado que suponga una mayor pérdida de peso". Además, cuando se compara esta práctica con otros regímenes de restricción calórica, "tampoco se observa que sea mejor o más eficaz", asegura.
Síntomas para poder detectar que el ayuno se convierte en un problema
Según ambas expertas, no hay un momento específico que indique cuándo se convierte en un problema; no obstante, existen algunos indicadores.
El primer indicador es una rigidez cognitiva extrema en la estructura del plan de ayuno, que puede llevar a la búsqueda de sensaciones extremas de vacío, ampliando cada vez más los tiempos de restricción. La persona, ante la negación de las sensaciones propias del apetito, experimenta un placer que la lleva a no querer saciar su hambre.
En este sentido, también se dan obsesiones por el cuerpo, al percibir cambios físicos que potencian la necesidad de continuar hacia conductas cada vez más autodestructivas.
En casos graves, muchas personas evitan los espejos, usan la báscula de forma compulsiva o, por el contrario, la rechazan.
Se comparan continuamente, se autoperciben de forma muy negativa y rechazan múltiples partes de su cuerpo. El miedo a engordar suele tener el gran poder de controlar la vida del individuo.
Asimismo, otro síntoma es la aparición de cambios de humor debido a la autonegligencia de las propias necesidades básicas, que con el tiempo se vuelven más intensas y aparecen en un mayor número de contextos. En ocasiones los estados emocionales se relacionan con la ingesta alimentaria.
Además, puede producirse un deterioro del área social y /o familiar, donde empiezan a surgir conflictos de mayor intensidad. En algunos casos, la persona se aísla socialmente, se vuelve tímida e introvertida o, incluso, irascible o agresiva. Las comidas familiares resultan un desafío y los cambios de horarios y rutinas pueden interferir en la convivencia.
"Por estas razones, el ayuno no está recomendado para personas con inseguridad y baja autoestima, insatisfacción corporal, obsesión por el peso y la figura, rechazo hacia el propio cuerpo y/o miedo a engordar, principalmente", asegura la psicóloga.
"Lo ideal es que la alteración del comportamiento alimentario, propia del ayuno intermitente, sea supervisada por un profesional, nutricionista o psicólogo, para evitar que se convierta en un mal hábito y derive en un TCA, cuyo pronóstico es, en muchos casos, peor que el de la obesidad", concluye Esteban.