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Familias
El desarrollo emocional en la infancia y la importancia de manejar la frustración
El desarrollo emocional es un proceso que comienza desde muy temprana edad, y uno de los periodos más cruciales para este desarrollo se sitúa entre los 3 y los 6 años. Durante estos años, los niños están en una etapa crucial para adquirir habilidades de inteligencia emocional que les permitirán identificar, reconocer y gestionar sus emociones de manera efectiva. Estas habilidades no solo son importantes para su bienestar emocional, sino que también desempeñan un papel esencial en su desarrollo social.
La integración social en la infancia se forja a través de la interacción con los padres, el entorno y la personalidad del niño. Los padres desempeñan un papel fundamental al transmitir valores, establecer límites y normas, lo que en última instancia facilitará el desarrollo social de sus hijos.
Uno de los aspectos críticos en el desarrollo emocional es la capacidad para manejar la frustración. Desde una edad temprana, los niños aprenden a lidiar con esta emoción, y gran parte de su capacidad para hacerlo depende de cómo los padres aborden la frustración. Si los padres siempre ceden a los deseos de sus hijos y evitan que experimenten la frustración, pueden convertir una emoción adaptativa en un recurso problemático y repetitivo.
Las emociones relacionadas con la frustración, como la ira y la rabia, pueden convertirse en desafíos si no se gestionan adecuadamente y esto puede exponer a los adolescentes a conductas de riesgo. Hay signos que pueden indicar una baja tolerancia a la frustración en los adolescentes, como ser exigentes, buscar la gratificación inmediata, con extrema necesidad de control y muestran una resistencia inflexible a los cambios. Estos comportamientos pueden aumentar el riesgo de desarrollar síntomas de ansiedad o mal humor en comparación con otros niños.
Para evitar estos problemas, es fundamental enseñar a los niños a tolerar este tipo de emociones desagradables desde una edad temprana. Esto implica permitirles experimentar la frustración en un entorno seguro y proporcionarles las herramientas necesarias para gestionarla de manera saludable.
Los padres pueden desempeñar un papel activo en el desarrollo de la resiliencia emocional de sus hijos, fomentando habilidades que les servirán a lo largo de su vida, como la paciencia, la adaptabilidad y la capacidad de enfrentar desafíos con confianza.